OPINION.-Los cambios en la estructura política de la nación son tan grandes como los cambios en la sociedad y en toda la estructura social.
El Estado de hace 50 o 60 años poco a poco está desapareciendo y lo que se acerca no parece ser bueno, como bien dice Peter F. Drucker “no estamos frente al nuevo orden mundial que invocan constantemente nuestros políticos, estamos frente a un nuevo desorden mundial y no sabemos por cuanto tiempo”.
Pensar solo en este planteamiento da miedo. Al interior del Estado una fricción entre poderes económicos y políticos se negocia y se busca un advenimiento cuando las partes disponen de un código de respeto y su nivel de comprensión no les nubla la mente.
En nuestro país, estamos caminando “a paso de vencedores”, como los troyanos montados sobre caballos de hierro en todo este período electoral que concluyó pasadas las seis de la tarde del domingo 19 de mayo, y el tiempo no se detendrá y la democracia, para aquellos que creen todavía en ese sistema político, podría salir perdedora por la ceguera del liderazgo político que al parecer, va viento en popa hacia la extinción galopante de la partidocracia múltiple para reconvertirse y volver con fuerza de manera bipolarizada.
Desgraciadamente, sin ser fatalistas, en nuestro país, nos abocamos de un Estado protector de los derechos ciudadanos, de la propiedad y la vida de la mayoría del pueblo dominicano en períodos anteriores, con toda la corrupción, a una especie de megaestado en manos de un partido «único» y de dos o tres grandes grupos económicos y de apellidos orondos, a lo interno, que consideran al hombre que trabajó por largos años, propietario de lo ganado o acumulado, hasta donde el recaudador de impuesto (gobierno, DGII, servicios de inteligencia) se lo permite.
Peor aún, ahora, con toda esta “parafernalia”, en la que se gastaron miles de millones de pesos para la compra de unos 27 movimientos, «partidos» y su diminuta capa dirigencial, que no alcanzaron juntos a más del 10% de los votos emitidos, cada día más obvia y perversa, la propaganda y el uso abusivo del poder y los recursos del Estado en esa campaña política, se observa que desde el gobierno se ha ido desdibujando la distinción entre paz y guerra, abriendo brechas al enfrentamiento y al conflicto con anuncios como reforma constitucional y fiscal para seguir castigando, látigo, palo y piedra en manos, a los pobres y a la clase media en extinción, dejando en la decisión del pueblo desarrollar acciones como la «democracia de calle» igual que en abril de 1984. No es para menos.
En lugar de paz tenemos guerra de papeletas, compra de conciencias y descrédito de la democracia, a diferencia del Estado de Bodin que tenía como una de sus principales funciones el mantenimiento de la sociedad civil y política como contrapeso de coexistencia, y durante gobiernos de facto, la gente tuvo cierta paz que la democracia actual le ha negado por muchas décadas a pesar de los gobiernos ilustrados que han sucedido.
Todo aquel que tiene en sus manos el poder, también “puede utilizarlo como le dé la gana”, tal y como expresó hace un tiempo un presidente atípico de la República ahora en el banco, pero fungiendo «con el poder detrás del trono», y sin ser acusado por todos sus actos de corrupción en el mundo de la banca.
Y es cierto, el poder posibilita dominar a quienes están fuera de él, dirigir a sus acólitos, correligionarios, compañeros, fanáticos y seguidores, mandar e imponer la voluntad contra la oposición o el colectivo a través de mecanismos represivos de forma sutil, en pequeña dosis, lentamente, permite privilegios económicos directos a amigos y familiares a través de determinados planes sociales a favor de unos cuantos en detrimento de otros y de orientar hacia un grupo o sector lo que desee. Todo depende del tipo de plan a ejecutar, las elecciones, por ejemplo.
Hacer eso crea un estado de “condicionamiento reflejo o clásico” ya estudiado por Ivan Pávlov (asociación de un estímulo neutro con un estímulo incondicionado que, de forma natural, genera por sí mismo una respuesta incondicionada), que beneficia a quien dirige el Estado y ostenta el poder cuasi absoluto.
Y mucho más aún, la persuasión o engaño, la amenaza por adelantado de quienes son representantes de la autoridad para que haya aceptación voluntaria de lo que podría verse venir. Se aplica el llamado Estado Strictus senso, que centra su funcionamiento en los organismos de inteligencia, aparatos burocráticos coercitivos y represivos que tiene como privilegio, además de las condicionantes políticas, económicas e ideológicas por medio de la propaganda bien orquestada y muy bien pagada a traves de propietarios de medios, periodistas, influencers y comentaristas.
Si desde el Estado, y el gobierno no existe la voluntad política para mantener el equilibrio y la unificación de los grupos que inciden y participan (como negocio) en la partidocracia y reparto del poder, ni demuestran ser capaces de contribuir al sano juego democrático, será un tanto difícil lograr el consenso para la implementación de las políticas fiscalistas que pretende implementar el actual gobernante. Y lo que se vislumbra parece ser molestoso. De eso no hay dudas.
Imágenes tomadas de Google
Nota: El autor es Docente universitario y Editor de La Verdad DigitalRD